Enseñar a pensar : una necesidad que debemos tomar en serio
Aprender a pensar como objetivo educativo
El relevante pedagogo y filósofo estadounidense John Dewey1, decía que Aprender a pensar es el propósito de la educación.
Esta sencilla y directa afirmación podría parecernos lógica y poco cuestionable. De hecho, en el mundo educativo de hoy existen pocas dudas de que es necesario enseñar a pensar para asegurar una nueva generación que piense con efectividad y autonomía.
Si preguntásemos a diez profesores si consideran importante que los niños y jóvenes aprendan a pensar mejor, posiblemente obtuviésemos once respuestas positivas. Además, muchos nos dirían que ya enseñan a pensar a sus alumnos o que piden a sus alumnos en clase que “piensen sobre esto o aquello.”
Por el contrario, si preguntamos a los alumnos cuántas veces dedican tiempo en sus clases a la reflexión, el análisis o la evaluación de un evento o situación problemática; cuántas veces se involucran en propuestas de aprendizaje intelectualmente retadoras o cuántas veces han tenido la oportunidad de adquirir un nuevo conocimiento a través de su propio cuestionamiento, el resultado sería alarmantemente a la baja. Desafortunadamente, en la mayoría de los casos, los alumnos ni siquiera tienen una idea clara de que significa “pensar sobre esto” o “pensar bien sobre aquello”.
Una posible causa de esta realidad es que los currículos escolares siguen dando prioridad a la enseñanza de contenidos de diferentes materias: biología, matemáticas, lengua, historia, etc. , a la memorización de cantidades ingentes de información, a la preparación para los exámenes y la competitividad por los resultados académicos.
La educación de este siglo reclama el desarrollo en los alumnos de las habilidades necesarias para saber qué hacer con la información a la que tienen acceso y cómo actuar para adaptarse con efectividad a un mundo que demanda de personas con capacidad para participar en su entorno de manera crítica, creativa, con empatía y en colaboración con los demás.
Por tanto, debería ser responsabilidad de cada escuela interpretar de forma acertada estas propuestas y garantizar que la enseñanza de pensamiento sea un objetivo explícito de enseñanza-aprendizaje en su proyecto educativo, así como garantizar la formación permanente de los profesores para que éstos puedan alcanzar dicho objetivo con éxito.
Aprender a pensar para aprender a aprender
Un aprendizaje auténtico y eficaz es consecuencia directa de un pensamiento efectivo.
El verdadero proceso de aprendizaje debe estar enfocado en lograr que los estudiantes tengan que transitar por un camino en el que el análisis, la crítica, la investigación y el cuestionamiento sean la guía que finalmente los conduzca al descubrimiento y producción de su propio aprendizaje.
Entonces no será un aprendizaje superficial sino un aprendizaje que puedan utilizar en contextos auténticos fuera de las aulas para producir un cambio cualitativo en sus vidas y en la vida de los demás.
Para Perkins2 enseñanza debe estar en todo momento orientada hacia la comprensión auténtica de los contenidos.
Este y otros autores, en su marco de enseñanza para la comprensión, plantean que “comprender” significa ser capaz de realizar una gran variedad de acciones que demuestren que has aprendido un tema profundamente: has pensado eficazmente sobre ello, han establecido conexiones con experiencias y conocimientos anteriores y ahora eres capaz de fundamentarlo, representarlo de diferentes formas y aplicarlo de manera autónoma en situaciones nuevas para resolver nuevos problemas.
Dificultades en la práctica
He tenido la suerte de compartir experiencias de aulas con muchos y diferentes profesores a lo largo de los años y puedo constatar que todos coinciden en su deseo manifiesto de que sus alumnos sean capaces de alcanzar un aprendizaje de comprensión profunda.
No obstante, el tipo de actividades que por lo general proponen a los aprendices en sus clases dista mucho de promover la consecución de este objetivo ya que no incluyen actividades que inviten al alumnos a cuestionar, argumentar, tomar decisiones, resolver problemas o crear, en definitiva, demostrar su comprensión sobre un tema determinado.
Y ¿Por qué sucede esto?
Muchas son las respuestas que he escuchado a esta pregunta en diferentes partes del mundo: dar la oportunidad a los alumnos en clase para pensar sobre lo que están aprendiendo “consume mucho tiempo de clase”; “a los alumnos no les gusta pensar”; “ hay mucho contenido por cubrir” “necesitaríamos más tiempo para diseñar nuevas propuestas de aprendizaje”
A primera vista resulta difícil hacerlo desde una cultura educativa donde aún preferimos hacer lo “que hemos hecho siempre”, “lo que dictan los libros de textos”; y donde por lo general ignoramos que para alcanzar un aprendizaje auténtico los alumnos necesitan dedicar tiempo para pensar, hacer, investigar, hacer y reflexionar.
Y para ello también es importante que los profesores dispongan del tiempo, la colaboración entre iguales, el apoyo y flexibilidad reales de los equipos directivos y las herramientas necesarias para poder llevar esta empresa a cabo.
La buena noticia es que podemos cambiar este escenario si nos lo proponemos. Muchos centros educativos lo han logrado, pero eso si, haciendo verdaderos cambios en la cultura de enseñanza- aprendizaje de todo el centro y repensando tiempos, actitudes y objetivos.
A los niños y jóvenes de todos los contextos sociales Sí les gusta pensar, descubrir, cuestionar pero no están acostumbrados a hacerlo. Si queremos hacer que los niños se conviertan en pensadores y aprendices efectivos y autónomos, los docentes tenemos que motivar en sus clases la práctica sistemática de la enseñanza explicita de técnicas y estrategias que promuevan esta práctica.
El primer paso es querer el cambio, tomar en serio la importancia de enseñar a pensar mejor a nuestros alumnos mientras a su vez, usan diferentes tipos de pensamiento para pensar sobre los contenidos curriculares y comprenderlos mejor.
El segundo paso es llevar a cabo una formación experta del profesorado y directivos de los centros escolares que de a los profesores las herramientas necesarias para poder ayudar y guiar a los alumnos en el desarrollo de habilidades de pensamiento y proponerles contextos de aprendizaje creativos, interesantes y propicios para poner en prácticas las habilidades adquiridas.
Finalmente solo nos quedará cosechar los beneficios que revierte este tipo de educación en los alumnos, la escuela, y la sociedad en general.
Ayudar a nuestros niños y jóvenes a desarrollar sus habilidades de pensamiento para convertirse en profesionales y ciudadanos más críticos y creativos es nuestro reto y responsabilidad Hoy para garantizar un mejor Mañana. ¿Te unes al reto?
[1] Dewey, J. How We Think. (1933) New York: Prometheus Books.
[2] Perkins, D. Understanding Understanding, en Tina Blythe & Associates (1998): The teaching for understanding Guide. Jossey-Bass. San Francisco, CA. (pp.9-13)